Informa nuestro erudito y expedito corresponsal Elías Mierdade.- En uno de los planetas donde el desarrollo de la razón parecía de lo más sólido y progresivo, se han visto sorprendidos por una lluvia mítica de proporciones ciclópeas, si nos permiten ustedes el uso hiperbólico facilón. El caso es que el primer y trágico avistamiento de un mito se produjo cuando un granjero de la región semidesértica de Uyuyui se encontraba tranquilamente leyendo un voluminoso tratado llamado "El materialismo dialéctico subjetivo y su íntima conexión con el empiriocriticismo". Este hombre, absorto en su amena y didáctica obra, fue sorprendido por una descomunal figura aparecida en el cielo y, sin tiempo para reaccionar y esgrimir una mínima defensa lógica, se vio literalmente aplastado por un fenómeno que se pensaba abruptamente desaparecido en la Antigüedad del planeta Ayaydin. Muy pronto, la lluvia de mitos se hizo usual en diversos regiones hasta el punto de que, no solo se han producido incontables víctimas y considerables daños materiales, sino que el muy avanzado desarrollo gnoseológico de Aydin se ha visto seriamente afectado y, puede decirse, ahora es un notable batiburrillo intelectual cuyas consecuencias parece que solo pueden haberse empezado a percibir.
Aunque no es la única, es la comunidad científica la que se encuentra atacada de los nervios y con los pelos como escarpias, ya que ha visto como su riguroso trabajo, realizado durante generaciones para explicar los orígenes y evolución del universo, es substituido por las más infantiles y disparatadas teorías sobre dioses, monstruos, héroes, mesías y otros divertimentos. Donde había una explicación compleja y plausible, ahora se encuentran irrisorias cosmogonías que, disculpen ahora el chiste fácil, han caído del cielo aplastando la razón y el conocimiento como quien no quiere la cosa. Tal vez lo más paradójico es que una civilización orgullosa de su conocimiento científico, la cual avanzaba con sobrada soberbia hacia un progreso indefinido, puede que vea acabados sus días por una especie de apocalipsis escatológico, el cual es visto ahora por muchos como un mito que ya irrumpió hace la tira de tiempo. Otros, no exentos de cierto cachondeo, opinan que la cosa no es para tanto y que, aunque se vea durante un tiempo como se transforma graciosamente el paisaje cultural, no hay que tomar los mitos de manera tan dramática y literal, y observarlos sólo como signo de que la climatología es imprevisible.
Aunque no es la única, es la comunidad científica la que se encuentra atacada de los nervios y con los pelos como escarpias, ya que ha visto como su riguroso trabajo, realizado durante generaciones para explicar los orígenes y evolución del universo, es substituido por las más infantiles y disparatadas teorías sobre dioses, monstruos, héroes, mesías y otros divertimentos. Donde había una explicación compleja y plausible, ahora se encuentran irrisorias cosmogonías que, disculpen ahora el chiste fácil, han caído del cielo aplastando la razón y el conocimiento como quien no quiere la cosa. Tal vez lo más paradójico es que una civilización orgullosa de su conocimiento científico, la cual avanzaba con sobrada soberbia hacia un progreso indefinido, puede que vea acabados sus días por una especie de apocalipsis escatológico, el cual es visto ahora por muchos como un mito que ya irrumpió hace la tira de tiempo. Otros, no exentos de cierto cachondeo, opinan que la cosa no es para tanto y que, aunque se vea durante un tiempo como se transforma graciosamente el paisaje cultural, no hay que tomar los mitos de manera tan dramática y literal, y observarlos sólo como signo de que la climatología es imprevisible.
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